martes, 23 de marzo de 2010

VOCES

Aún puedo sentir tu lejana presencia. Aún, si me esfuerzo, puedo sentir tu inquietante fragancia luchando por no desaparecer del ambiente. Pero sé que tarde o temprano esta sensación desaparecerá, como desaparecen las gotas de rocío por la mañana, como desaparecen ciertos recuerdos... Porque, ¿qué eres tú sino un recuerdo? ¿Que son las infrecuentes oportunidades que el destino me brinda para verte, sino circunstancias aleatorias, fortuitas, sino una perfecta coyuntura de casualidades dadas? Saber que vendrás, saber que regresarás, a veces es demasiado complejo. A veces son meras palabras, vacías de intención, nada más allá de una cursiva lanzada al viento, nada más que suspiros extraviados por el fustigante olvido. No sé cómo sería mi vida si pudiera sentirte más frecuentemente. Ahora, si cierro los ojos, puedo soñar, volar, imaginar tu dedo sobre los míos, tu mano que juguetea dulcemente con la mía, tus ojos que ríen con sólo ver los míos. Pero sé que, al menos de momento, no es así. Sé que a veces no puedes recordarme, que sólo mi nombre aparece en tus recuerdos por mera asociación de ideas, quizá títulos de libros o de personajes en películas. No sabes lo que te extraño cuando estás cerca. Aunque finja, aunque trate de sucumbir a la naturalidad forzada, una parte de mí siempre me grita que tu cabeza está bastante lejos de aquí, quizá a kilómetros. Sé que hay nombres que despiertan en ti extraños sentimientos, y créeme, te comprendo. A mí también me pasa. Hay acciones, personas, y momentos en la vida que no podemos olvidar, que no podemos hacer desaparecer como si de magia se tratase. Cuando escribo, cuando trato de poner por escrito y en orden mis ideas, me siento más libre, me siento descargada, desatada, liberada de toda frustración. Incluso mejor que cuando estás cerca, porque cuando puedo sentir el contacto de tu piel con la mía, sé que no estás, sé que no te pertenezco, que no piensas en mí, que no miras cuando yo no lo hago, y me recuerdas que tengo que dejarme de tonterías y poner los pies en la tierra, como siempre y hasta ahora he hecho. Pero no, sucumbo, me entrego, y vuelo alto por una especie de estratosfera creada por mí misma, y por mis ansias de sufrir por algo que no pasará, que no ocurrirá, hasta que no tenga que hacerlo. Una vez escuché que antes de que ocurran las cosas hay que soñarlas. Yo lo sueño, te sueño, te busco, te miro, te escucho, te respiro, pero estás tan lejos. Quiero alzar la mano y poderte tocar. Quiero acariciar tu rostro sin pensar por qué lo hago, quiero besar tus labios sin miedo al rechazo, sin temor a las reacciones. Quiero saber que estarás, sentirte junto a mí. Ojalá algo o alguien me diera la oportunidad de alcanzar mi sueño, de alcanzar esa estrella que no deja de titilar y de traerme recuerdos que quizá nunca viví. Sólo recordamos lo que nunca sucedió. Rememoramos retales de sueños, pedazos de una historia que tantas veces imaginamos como nuestra, como real, como un trozo de cuento de hadas convertido en realidad. Quizá esto no sea sino un sueño, y mañana despierte, y sea otra persona, con otro cuerpo, otro rostro, otras experiencias, y me vea a mí misma, o mejor dicho, a la protagonista del sueño, paseando con sus problemas y una libreta en la mano, como siempre, tratando de anotar lo que no puede decir. Tal vez si viera las cosas desde otro punto de vista, desde el exterior, pueda comprender mejor lo que me está pasando, el extraño proceso que estoy atravesando. A lo mejor necesito escuchar de otros labios la Verdad, por doloroso que pueda ser.
Ojalá pudiera escuchar esa triste, temerosa y casi apagada voz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario