Reflexiones
sábado, 20 de agosto de 2011
Para ti.
Nunca he intentado escribir acerca de nosotros en estos últimos seis meses, quizá porque estoy acostumbrada a acudir a esto solo cuando me invaden momentos grises, cuando no sé qué hacer, cuando todo es malo, feo y la realidad me supera. Si normalmente escribir no es fácil, ahora que lo hago por gusto, y no por necesidad, la dificultad casi es el doble. Pero no me importa. Ni aunque tuviese por delante un millón de folios podría describir uno solo de estos seis meses. No habría palabras para reflejar cómo me he sentido este medio año.
Cuando menos lo esperaba (y cuando más lo necesitaba), apareciste en mi vida, y desde luego todo cambió. Tú me has hecho ver que existe vida más allá de la tristeza, más allá del llanto. Tú me has enseñado a reírme por cada cosa, por tonta que sea, a que aunque no lo crea puedo importar a un ser humano, a que mi vida le interesa a alguien más que a mí misma. Junto a ti he aprendido que la vida no es esperar a que cesen los malos ratos, a que pasen las tormentas, la vida es respirar, coger aire y pensar que no cambiaría ni un solo instante de los que he vivido contigo. Eso es mi vida contigo.
Lo mejor de todo es que puedo verte sonreír, puedo ver que estás feliz, y no hay nada en este mundo que me llene más. Una de las cosas más bellas de este mundo es que dos felicidades estén conectadas, que dependan una de otra, y las nuestras desde luego lo hacen. Qué de momentos vividos. Cuántas risas. Cuántas veces he pensado que no quiero que esto se acabe nunca, que quiero que esta sea mi vida para siempre, que si pudiera pararía los relojes en cualquiera de los momentos que estoy contigo, aunque ese momento sea uno triste, uno en que estemos discutiendo, me da igual, cualquier momento junto a ti es algo que quisiera conservar toda mi vida.
A veces pienso que no me merezco alguien como tú. Que no sé cómo puedes aguantar mis miles de manías, mis miles de enfados sin sentido, Las veces que me preguntas qué me pasa y nunca te contesto. Mis rebotes. Mis cabreos. Los días que me despierto triste simplemente porque sí, sin que tenga ningún motivo. Pero pase lo que pase, tú siempre estás ahí ayudándome, apoyándome, diciéndome que me quieres siempre, sin excepciones, sin límites.
Solo tú me entiendes. Solo tú adivinas lo que me pasa casi antes de que yo misma lo sepa. Solo tú haces que lo malo sea menos malo, e incluso lo haces bueno. Sólo tú haces que cada día que va pasando sea más bonito que el anterior. Sólo tú tienes la capacidad de sorprenderme. Sólo tú eres capaz de parar un coche simplemente para decirle que me quieres, que soy la mujer de tu vida. Sólo tú supiste verme cuando nadie podía hacerlo.
No quiero que esto se acabe nunca. Quiero que todos los días sigamos hablando en ese lenguaje que es solo nuestro, que sigamos poniéndole nombre a lo que no lo tiene, que sigamos bromeando, que sigamos demostrándonos cada día cuánto nos queremos. Nunca he creído en el destino, pero si lo hay estoy segura de que ha querido que tú y yo coincidamos en la vida, aunque el principio fuera difícil, no me cabe duda de que ha merecido la pena.
Lo maravilloso no es que te sientas feliz, lo maravilloso viene cuando sabes que sintiéndote feliz provocas la felicidad de alguien. Lo maravilloso es que esto no se va a acabar. Por fin te encontré. Por fin me encontré. Y no pienso permitir que nos perdamos, por mucho que algunos se empeñen en ello, algunos cuya oportunidad ya pasó. Ahora es nuestro momento. El momento de ser felices.
Gracias por cada instante que me has dejado vivir junto a ti. Gracias por el amor, por la ilusión, por el cariño que cada día me regalas. Gracias por haberte convertido en mi vida. Porque podemos ser lo que queramos. Porque podemos ir a donde queramos. Porque has llegado a ser todo lo que siempre quise, todo lo que buscaba. Que sepas que te quiero y, sobre todo, que aún nos queda muchísimo camino por andar. Juntos. Como va a ser siempre.
miércoles, 17 de agosto de 2011
Cómo cambia la vida
Cómo cambia la vida. Y con el paso de los años te conviertes en aquel que deberías haber sido tiempo atrás, aquel de verdad actúa como habría hecho falta actuar en aquel momento. Pero todo tiene su instante, todo tiene su ocasión, y los años no pasan en balde. Las cosas pasan cuando tienen que pasar, y adelantarnos al tiempo y correr y vivir con prisas no hará que lleguemos antes que el momento. Al final las oportunidades siempre pasan, y todas marcan nuestra vida, más aquellas que un día dejamos pasar.
Al final todos nos acabamos refugiando en lo mismo. Al final todos los que no acabamos de encontrarnos del todo acabamos vaciándonos en la música, en la lectura, otros en escribir... Pero todos no son sino recursos para intentar localizarnos, para intentar recuperar esa parte de nosotros que dejamos en cada persona, en cada experiencia, en cada lugar. No somos sino recuerdos, la vida se mide en instantes, y esos instantes marcan nuestra vida.
Cómo cambia la vida. Y hoy me sorprendo a mí misma volviendo a este lugar. Vaciándome como solía hacerlo . Preferiría no volver a hacerlo, pero no he podido evitarlo. Es cuando más vives el presente cuando más amenaza el pasado, es cuándo más segura te sientes de haber dejado lo vivido atrás cuando los recuerdos vuelven a tí. Al final siempre vuelve. Podemos crear distracciones, podemos fabricarnos mundos donde el pasado no tenga cabida, pero siempre hay alguna rendija, algún rinconcito.
Piensas que eres fuerte, que venciste al abandonar la batalla, pero nunca se acaba una guerra, y menos aquellas en las que yo participo. Solía vivir en una realidad irreal, en un mundo que todos veían pero nadie conocía. Solía vivir en la seguridad de saberme vencedora, en la certeza del triunfo, pero un día comprobé que todo acaba. Que todo muere. Que los sueños también duermen.
Cómo cambia la vida. Qué casualidad que haya vuelto a escribir justo hoy, que haya recuperado la voz que hablaba aquí justo hoy. ¿Tendría gracia la vida si supiera lo que va a pasar mañana? ¿Si supiera cómo acabará esta guerra? Ni siquiera sé si publicar esta entrada. Ni siquiera sé si merece la pena revivir algo que murió hace mucho tiempo. Tal vez solo sea un día tonto. Un día gris entre muchos soleados.
Yo en modo triste. Yo en modo melancólico. Yo recordando quién era antes. Cómo cambia la vida.
lunes, 10 de enero de 2011
ME VOLVIÓ LA VOZ
Cuando no tengas nada que decir, es mejor que te calles. Cuando no haya un guión, no es aconsejable pasar a la acción. Pero ahora yo sé exactamente lo que busco. Estamos tan lejos que mientras más cerca estamos, más crecen las dudas y el maldito miedo a cambiar la situación actual de las cosas. Duda solo cuando no tengas nada a lo que aferrarte, y no cuando buscador y objeto de búsqueda se hallen al mismo nivel.
Sé que probablemente no entenderás esto, que una vez que tus ojos hayan masticado la última de mis letras, seguirás pensando exactamente lo que siempre has pensado. Nada cambiará, pues no eres capaz de ver mis avances, ni mis cambios, ni los pasos. Pero recuerda, al final, cuando te preguntes si sentarte a dudar fue la mejor opción, cuando te pares a pensar qué puñetas estás haciendo aquí, leyendo esto, olvidándosete a medida que lo lees, descubrirás que todo era más simple y más sencillo de lo que creías.
Posdata: a veces, cuando estás situado al principio del camino, y ya lo ves perdido; cuando quieres gritar pero no puedes más que susurrar; cuando te gustaría hablar, pero solo ves la DUDA, que no hace más que ocuparlo todo; cuando no te queda fe en nada ni en nadie, y vas despojándote de tus convicciones; cuando te ves solo, perdido, incapaz de encontrar tus pasos; cuando descubres que has vivido equivocado mucho tiempo, y que todo era más fácil de lo que pensabas; piensa que en cualquier parte del mundo, quizá más cerca de lo que crees, alguien estará sintiendo exactamente lo mismo que tú. A ver quién encuentra a quién.
sábado, 11 de diciembre de 2010
El 20%
Hay un determinado momento en el que decides desaparecer, decides coger ese folio garabateado, partirlo en mil trozos, y enviar cada porción tan lejos como tu leve soplo te permita. En ese momento no existe un antes o un después, no existen los colores, no existe ni siquiera el viento que antes solía refrescarte. Tú. Sólo tú. En blanco y negro. Como fue siempre.
En ese instante son millones las cosas que te pasan por la cabeza. Empiezas a arrepentirte del 80% de las cosas que algún día hiciste, pero más de las que no hiciste. Comienzas a observarte desde fuera, a coger la cámara y enfocarte a ti mismo. Ves cosas que antes desconocías. Tu propia imagen, que solías identificar al mirar al espejo, ahora es otra. ¿Quién soy yo, tan vacío de contenido, tan escueto, tan fugaz? Te das cuenta de lo mucho que has corrido todos estos años, de lo poco que te has parado a echar un vistazo a lo que te rodeaba, que la de risas que te has perdido por buscar una sonrisa, solo una, entre los trillones de motas de polvo que viajaban por el espacio, por tu espacio.
Después de tragar tanto y tanto, qué bien sabe este respiro. Qué rica la vida. Qué bueno es cada instante que dejas de analizar, y te limitas a sentir. Pensarte más las cosas no te hace más inteligente. Que andes con zapatos no impedirá que te canses de caminar, pues si algo tiene el camino es que a todos, tarde o temprano, nos agota; a todos, en algún momento, nos entran ganas de frenar, de tirarlo todo por la borda y dejarnos hundir sin más. Hay que seguir luchando, y más aún cuando el viento va en nuestra contra, cuando las manecillas nos recuerdan que nunca dejarán de cumplir su tarea.
No sirve de nada pelear contra el tiempo, pues esa batalla estuvo ya perdida desde el principio de todo. El tiempo no existe. Tú no existes, yo tampoco.
El hablar por hablar podrá quedar muy bien, podrá hacer parecer que lo que dices tiene sentido, pero no puedes jurar que todo lo dices por un motivo. No es cierto. Y yo ya me he cansado de buscarlo.
Qué bien sabe el aire nuevo, las nuevas experiencias, los nuevos proyectos. Darse cuenta de que lo que estaba nunca estuvo, nunca estará, y de haber estado, nunca hubiera sido, y que lo que nunca fue pudo haber estado siempre, no es un error, es más, es un acierto necesario. Necesario para que llegara este soplo de aire. Hay episodios en la vida que son como ese sueño que durante una noche entera te conmueve, te preocupa, te inquieta, te hace llorar, te hace reír, te hace enfadarte con el mundo, te ayuda a conocer mejor a esa parte de ti que no te gustaría ser, pero que al fin y al cabo sólo es un sueño. Al despertar, no queda ni rastro de esa vida que por unas horas has vivido.
Cuánto he estado muriendo todo este tiempo. Cuantas mañanas me he perdido, cuántos atardeceres. Cuantos días he olvidado quién era, tratando de encontrarme en sitios en los que nunca estuve y odiaría estar. Aquello por lo que luchamos no es siempre aquello que más merece la pena, ni aquello que más deseábamos.
Cuánto me he perdido. Cuántos lugares he dejado de visitar, cuánta gente he dejado de conocer, encerrada en mí misma, en esta manera tan estúpida de ver las cosas. Qué más da qué nombre le pongamos a aquello que no es nada, si nunca lo será.
Cuánto me he perdido, cuánto he ganado.
Ahora bien, nadie nunca sabrá cómo de bien me sienta respirar un nuevo aire, dejar que un nuevo soplo asome tímidamente. A la mierda el mágico silencio.
Hay un determinado momento en el que decides desaparecer, decides coger ese folio garabateado. Y partirlo en mil trozos.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Tantas cosas
A veces me encuentro tan tranquila leyendo o viendo una película, y de repente una frase, una imagen, algo que me trae un recuerdo que me incita a venir aquí y escribir. Lo que sea. Para lo que sea. No busques una función a leerme, porque no lo entenderás si no entiendes tantas otras cosas. Las palabras huecas de intención no se encuentran en mi almacén. Tampoco las seguras. Siempre me encuentro en un punto equidistante entre la suerte y la razón, dos terrenos tan poco explorados, tan poco horadados. ¿Quién usa la razón cuando actúa la suerte? ¿Quién lanza indirectas cuando no busca nada? Ni siquiera tú puedes responderme a esa pregunta.
Y entiendo que no entiendas esto. Y entiendo que cuando me ves no te acuerdes de lo que aquí digo, pues todo te parece tan lejano. En el fondo piensas que escribo por escribir, por dar cuerda al aburrimiento. Y nada más lejos de la realidad. Cada mirada es un “si supieras” y cada sonrisa un “date cuenta”. Y así estamos. Una clave tras de otra. Una pista dada sin haber comprendido la anterior. Parece mentira que la simbología no sea tu fuerte.
No es que no me guste subir cuestas, es que luego tengo que bajarlas. Luego, cuando ya estoy cansada. Luego, cuando sé que no pasará mucho tiempo hasta que la vuelva a subir. Un ocho que no avanza y unos pasos que envejecen con nada día perdido. ¿Pero estamos ganando…o perdiendo? O tal vez deba decir estoy, pero ya saber cómo me gusta pluralizar. Quizá ahí radique el problema.
Lo que decía, a veces necesito venir aquí. Necesito escribir. Contar algo. Lo que sea. Lo que salga. Lo que en ese momento me gustaría gritar, en ese momento en que me falta la voz y mis fuerzas duermen. ¿Duermen, o se hallan en coma persistente? ¿Es todo un sueño o las cosas están sucediendo de verdad? Pero ¿qué cosas? A estas alturas ya no sé si no puedo ver nada porque nada existe o porque son tantas cosas que mi visión no abarca todo.
Escribir es como desenroscar media válvula de mis pesares, como dejar salir la mitad de todo lo que llevo dentro. De todo esto que ha vuelto a resurgir como el fénix, ahora con más fuerza que nunca, con más poder del que puedo llegar a controlar. A veces esto (y ojalá pudiera llamarlo de otro modo) me sobrepasa. A veces no sé cómo tratarlo, cómo abrazarlo para que se tranquilice y deje de llorar vagos intentos de intentos.
Pero hay veces en que todo merece la pena. Momentos que convierten a estos otros momentos de frustración y mar de dudas en merecedores de la pena. Merecedores de la constancia y la paciencia. Supongo que lo de atar cabos no se te dará tan mal a fin de cuentas. Debes de estar harto de que sólo sea eso.
Volví a la segunda persona. Volví a imaginar. Volví a cerrar los ojos y recordar hechos que no han sucedido (¿aún?). Volví a ser quien siempre fui. A recordar el camino de casa sin perderme. Porque podría hacerlo con los ojos cerrados, e incluso si alguien me diera vueltas tratando de desorientarme. Ya he hecho el camino de vuelta demasiadas veces. Volví, como vuelve el Sol aunque llueva. Como vuelve el recuerdo.
Y seguiré volviendo cada día. Porque ése, a pesar de todo, es mi lugar.
No busques una función a leerme, porque no lo entenderás si no entiendes tantas otras cosas.
Mañana será otro día
Cada vez te entiendo menos. A mí ni siquiera intento ya entenderme. ¿Para qué, si es una causa perdida, si es algo que nunca conseguiré? Cuando creo hacerlo, resulta que ha pasado tanto tiempo que ya no soy la misma, que a la que entiendo es a la que era en ese momento, no a la que ahora trata de entenderse. ¿Y de qué sirve entenderse si hacemos lo que nos da la gana? No somos fieles a la esencia, no somos leales a nuestros cimientos. Y así pasamos el tiempo, construyendo con ladrillos de mala calidad, enyesando recuerdos de vidas sin vivir pasadas como quien espera esos últimos cinco minutos, cuando piensas que no merece la pena buscarse una distracción para tan poco tiempo. Qué lástima de prejuicios malgastados.
No sé qué intentas decirme. Y cuando te digo “ah, ya” es cuando menos lo entiendo. Hablas un idioma que yo apenas chapurreo, y tú apenas te has puesto a chapurrear lo que yo hablo. No estamos hechos de la misma manera. No tenemos bases equivalentes, aunque si estamos fraccionados. A saber dónde estarán ahora el resto de mis piezas. A saber dónde metiste las tuyas. Pero si tan sólo pudiera contrastar, si tan sólo pudiera salirme de mí misma para ver si soy como creo que soy; si tan sólo pudiera estar en tu lugar un minuto para ver si eres como creo que eres; si eso ocurriera, las cosas serían más fáciles. Pero no existe nada fácil. Como dije antes, no estamos hechos de igual modo. Mientras yo me dejo llevar por tus pensamientos, tú piensas y razonas y analizas hasta el hecho de respirar. Como si pudieras controlarte. Como si pudieras huir de ti. Como si morir fuera tan fácil para quien ya ha muerto.
Caminas. Cada día das un paso. Sólo que tienes etapas en que lo haces en círculos, eso cuando no lo haces para detrás. Y vuelves a lo mismo. Y vuelvo a escuchar lo mismo. Y sigo sin sorprenderme. Ya casi nada lo hace. Y paso por el mundo sin ser consciente de por dónde ando. Es un estado de alucinación constante. Un bucle absurdo. Y vuelta al punto de partida. Siempre volvemos, y creo que es de las pocas cosas que tenemos en común. ¿De qué me sirve escribir?, digo mientras escribo.
Nadie nunca entenderá esto. Ni tú, que crees hacerlo. Ni tú, que sabes por qué lo hago. Nadie. Ni siquiera yo lo hago. La fluidez no hará que esto avance mejor ni más rápido, pues pesamos demasiado y estamos demasiado hundidos en este fango que nosotros mismos creamos, hace mucho tiempo. Pero, ¿qué es el tiempo? ¿A cuánto equivale mucho?
A veces me río al pensar que esto es como hablar sola, solo que hay otros que te escuchan. La respuesta es la misma que hablar con la pared de la habitación donde ahora escribo. Cero. Nada. Vacío. Susurras, pero no te oigo. Caminas, pero te descalzas al pasar por mi lado. Aunque pegue la oreja al suelo, eres demasiado cauto, haces demasiado poco ruido. Pero siempre estás. Siempre que intento salir de casa, siempre estás aquí dentro. Cuando intento entrar, siempre estás en la escalera, recordándome entre susurros silenciados que no tienes intención de irte de mi vida.
Ahora podrás comprobar lo que hace la influencia. Esto es algo de locos, de idiotas. Y yo sola me metí dentro. Interpelar a la suerte es como lanzarse al agua, como sumergirse a varios metros de profundidad, mientras algo te empuja hacia dentro. Y de un modo u otro, el oxígeno aparece, bajo cualquier forma, traído por cualquiera. ¿No tienes curiosidad? ¿Ni una pizca? Entonces sigamos. Tú cosiendo y yo descosiendo. Tú molestando y yo pidiendo perdón. Arriba nunca es igual que abajo. Reír no es lo mismo que llorar, aunque estemos tan lejos que ni me lleguen tus pisadas.
Intento que lo entiendas y lo complico a más no poder. Doy un paso y retrocedo dos. Esto es como una segunda realidad. Y lo mejor es que nadie nos conoce. Puedes decir lo que quieras, porque jamás te entenderé. Jamás seré consciente de lo que quieres decir cuando dices “nada”, o de a quién te refieres cuando dices “nadie”. Porque sólo sé que hay algo. Que hay alguien. Que cuando sonríes y sonríen contigo tus ojos es porque algo callas. Siempre supe que escondías algo.
Porque hay palabras que no dicen nada y miradas que lo dicen todo. Porque cuando crees que no soy como tú, que no vivo en tu lugar y que no ando, te equivocas, sólo que lo hago cuando tú corres. Por eso siempre has estado un paso por delante de mí, y no al revés. O quizá hayan sido más. La meta es la misma, y yo ya estoy a un solo salto de llegar. Ya verás la sorpresa que te llevas cuando llegues y veas que yo ya estaba allí desde hacía mucho tiempo.
Sigue caminando y fingiendo que no ves que vamos juntos. Mañana será otro día. Quizá el día en que hablemos el mismo idioma y no necesitemos absurdos traductores.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Bendita ignorancia
No me conoces. No te conozco. Nadie conoce a nadie. Vivimos gracias a un amplio repertorio de caretas, con centenares, cada una de ellas para una ocasión. Cuando estamos con alguien, automáticamente nos colocamos la que nos parece más propicia. Criticamos la falsedad pero nos alimentamos de ella. ¿Quién no ha sido falso alguna vez? ¿Quién no ha hecho de tripas corazón –y ya estamos con las frases hechas- y ha puesto una amable sonrisa, una bonita cara, cuando por dentro querría salir corriendo o gritar y patalear? En muchas ocasiones hemos deseado fuertemente hacer algo, y no lo hemos hecho o hemos hecho algo distinto, quizá algo que otros hubieran preferido, o algo políticamente más correcto. Pero ¿quién designa lo correcto? ¿qué es lo correcto? Y lo más importante, quien responda estas preguntas, ¿tiene razón?
Lo cierto es que no hay nada objetivamente correcto. Nada es verdad, y nunca habrá nada que nos saque de dudas, pues la duda forma una buena parte de la certeza. Aunque sea uno de mis peores enemigos y aún no sea consciente de lo mucho que me daña cada día, adoro la duda. Donde hay duda hay esperanza, y donde hay esperanza, principio de acción. Si estuviéramos completamente seguros de todo jamás nada nos inquietaría, nada acariciaría nuestra curiosidad, pues probablemente ni la tendríamos. Si supiéramos todo nadie miraría hacia el futuro, pues viviría en él.
La ignorancia puede cerrar muchas puertas, pero no hay nada mejor que saberse ignorante. Un día leí que sólo el sabio sabe lo mucho que no sabe, que sólo él se da cuenta de que lo que desconoce siempre es más que lo que conoce. Y es algo que sólo se cura con el tiempo. Por mucho que alguien se encerrara en una habitación toda su vida sin tener contacto con el mundo exterior, siempre aprendería algo, pues la mayoría de los conocimientos proceden de nuestro interior.
Debemos dejarnos llevar por la vida, con los oídos bien atentos, pero relajados. Dejemos que sea ella quien nos guíe; seamos copiloto de nuestro caminar. De nada sirve adelantarse a los acontecimientos, pisar el futuro, pues el futuro no existe, siempre es ya presente. De nada sirve sufrir por algo que aún no ha ocurrido, porque puede que suceda como tememos, como esperamos, o incluso no suceder. Nadie sabe qué pasará mañana, porque mañana, cuando llegue, será hoy.
El tiempo repara todos los daños, unta todo con olvido, suaviza los recuerdos y nos hace sabios. El tiempo nos convierte en dueños de lo que somos, pero sólo cuando ya ha llegado.
No me conoces. No te conozco. Pero el tiempo, entre otras cosas, hará que esto deje de importarme.