sábado, 11 de diciembre de 2010

El 20%

Hay un determinado momento en el que decides desaparecer, decides coger ese folio garabateado, partirlo en mil trozos, y enviar cada porción tan lejos como tu leve soplo te permita. En ese momento no existe un antes o un después, no existen los colores, no existe ni siquiera el viento que antes solía refrescarte. Tú. Sólo tú. En blanco y negro. Como fue siempre.

En ese instante son millones las cosas que te pasan por la cabeza. Empiezas a arrepentirte del 80% de las cosas que algún día hiciste, pero más de las que no hiciste. Comienzas a observarte desde fuera, a coger la cámara y enfocarte a ti mismo. Ves cosas que antes desconocías. Tu propia imagen, que solías identificar al mirar al espejo, ahora es otra. ¿Quién soy yo, tan vacío de contenido, tan escueto, tan fugaz? Te das cuenta de lo mucho que has corrido todos estos años, de lo poco que te has parado a echar un vistazo a lo que te rodeaba, que la de risas que te has perdido por buscar una sonrisa, solo una, entre los trillones de motas de polvo que viajaban por el espacio, por tu espacio.

Después de tragar tanto y tanto, qué bien sabe este respiro. Qué rica la vida. Qué bueno es cada instante que dejas de analizar, y te limitas a sentir. Pensarte más las cosas no te hace más inteligente. Que andes con zapatos no impedirá que te canses de caminar, pues si algo tiene el camino es que a todos, tarde o temprano, nos agota; a todos, en algún momento, nos entran ganas de frenar, de tirarlo todo por la borda y dejarnos hundir sin más. Hay que seguir luchando, y más aún cuando el viento va en nuestra contra, cuando las manecillas nos recuerdan que nunca dejarán de cumplir su tarea.

No sirve de nada pelear contra el tiempo, pues esa batalla estuvo ya perdida desde el principio de todo. El tiempo no existe. Tú no existes, yo tampoco.

El hablar por hablar podrá quedar muy bien, podrá hacer parecer que lo que dices tiene sentido, pero no puedes jurar que todo lo dices por un motivo. No es cierto. Y yo ya me he cansado de buscarlo.

Qué bien sabe el aire nuevo, las nuevas experiencias, los nuevos proyectos. Darse cuenta de que lo que estaba nunca estuvo, nunca estará, y de haber estado, nunca hubiera sido, y que lo que nunca fue pudo haber estado siempre, no es un error, es más, es un acierto necesario. Necesario para que llegara este soplo de aire. Hay episodios en la vida que son como ese sueño que durante una noche entera te conmueve, te preocupa, te inquieta, te hace llorar, te hace reír, te hace enfadarte con el mundo, te ayuda a conocer mejor a esa parte de ti que no te gustaría ser, pero que al fin y al cabo sólo es un sueño. Al despertar, no queda ni rastro de esa vida que por unas horas has vivido.

Cuánto he estado muriendo todo este tiempo. Cuantas mañanas me he perdido, cuántos atardeceres. Cuantos días he olvidado quién era, tratando de encontrarme en sitios en los que nunca estuve y odiaría estar. Aquello por lo que luchamos no es siempre aquello que más merece la pena, ni aquello que más deseábamos.

Cuánto me he perdido. Cuántos lugares he dejado de visitar, cuánta gente he dejado de conocer, encerrada en mí misma, en esta manera tan estúpida de ver las cosas. Qué más da qué nombre le pongamos a aquello que no es nada, si nunca lo será.

Cuánto me he perdido, cuánto he ganado.

Ahora bien, nadie nunca sabrá cómo de bien me sienta respirar un nuevo aire, dejar que un nuevo soplo asome tímidamente. A la mierda el mágico silencio.

Hay un determinado momento en el que decides desaparecer, decides coger ese folio garabateado. Y partirlo en mil trozos.

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