lunes, 20 de septiembre de 2010

Mañana será otro día

Cada vez te entiendo menos. A mí ni siquiera intento ya entenderme. ¿Para qué, si es una causa perdida, si es algo que nunca conseguiré? Cuando creo hacerlo, resulta que ha pasado tanto tiempo que ya no soy la misma, que a la que entiendo es a la que era en ese momento, no a la que ahora trata de entenderse. ¿Y de qué sirve entenderse si hacemos lo que nos da la gana? No somos fieles a la esencia, no somos leales a nuestros cimientos. Y así pasamos el tiempo, construyendo con ladrillos de mala calidad, enyesando recuerdos de vidas sin vivir pasadas como quien espera esos últimos cinco minutos, cuando piensas que no merece la pena buscarse una distracción para tan poco tiempo. Qué lástima de prejuicios malgastados.

No sé qué intentas decirme. Y cuando te digo “ah, ya” es cuando menos lo entiendo. Hablas un idioma que yo apenas chapurreo, y tú apenas te has puesto a chapurrear lo que yo hablo. No estamos hechos de la misma manera. No tenemos bases equivalentes, aunque si estamos fraccionados. A saber dónde estarán ahora el resto de mis piezas. A saber dónde metiste las tuyas. Pero si tan sólo pudiera contrastar, si tan sólo pudiera salirme de mí misma para ver si soy como creo que soy; si tan sólo pudiera estar en tu lugar un minuto para ver si eres como creo que eres; si eso ocurriera, las cosas serían más fáciles. Pero no existe nada fácil. Como dije antes, no estamos hechos de igual modo. Mientras yo me dejo llevar por tus pensamientos, tú piensas y razonas y analizas hasta el hecho de respirar. Como si pudieras controlarte. Como si pudieras huir de ti. Como si morir fuera tan fácil para quien ya ha muerto.

Caminas. Cada día das un paso. Sólo que tienes etapas en que lo haces en círculos, eso cuando no lo haces para detrás. Y vuelves a lo mismo. Y vuelvo a escuchar lo mismo. Y sigo sin sorprenderme. Ya casi nada lo hace. Y paso por el mundo sin ser consciente de por dónde ando. Es un estado de alucinación constante. Un bucle absurdo. Y vuelta al punto de partida. Siempre volvemos, y creo que es de las pocas cosas que tenemos en común. ¿De qué me sirve escribir?, digo mientras escribo.

Nadie nunca entenderá esto. Ni tú, que crees hacerlo. Ni tú, que sabes por qué lo hago. Nadie. Ni siquiera yo lo hago. La fluidez no hará que esto avance mejor ni más rápido, pues pesamos demasiado y estamos demasiado hundidos en este fango que nosotros mismos creamos, hace mucho tiempo. Pero, ¿qué es el tiempo? ¿A cuánto equivale mucho?

A veces me río al pensar que esto es como hablar sola, solo que hay otros que te escuchan. La respuesta es la misma que hablar con la pared de la habitación donde ahora escribo. Cero. Nada. Vacío. Susurras, pero no te oigo. Caminas, pero te descalzas al pasar por mi lado. Aunque pegue la oreja al suelo, eres demasiado cauto, haces demasiado poco ruido. Pero siempre estás. Siempre que intento salir de casa, siempre estás aquí dentro. Cuando intento entrar, siempre estás en la escalera, recordándome entre susurros silenciados que no tienes intención de irte de mi vida.

Ahora podrás comprobar lo que hace la influencia. Esto es algo de locos, de idiotas. Y yo sola me metí dentro. Interpelar a la suerte es como lanzarse al agua, como sumergirse a varios metros de profundidad, mientras algo te empuja hacia dentro. Y de un modo u otro, el oxígeno aparece, bajo cualquier forma, traído por cualquiera. ¿No tienes curiosidad? ¿Ni una pizca? Entonces sigamos. Tú cosiendo y yo descosiendo. Tú molestando y yo pidiendo perdón. Arriba nunca es igual que abajo. Reír no es lo mismo que llorar, aunque estemos tan lejos que ni me lleguen tus pisadas.

Intento que lo entiendas y lo complico a más no poder. Doy un paso y retrocedo dos. Esto es como una segunda realidad. Y lo mejor es que nadie nos conoce. Puedes decir lo que quieras, porque jamás te entenderé. Jamás seré consciente de lo que quieres decir cuando dices “nada”, o de a quién te refieres cuando dices “nadie”. Porque sólo sé que hay algo. Que hay alguien. Que cuando sonríes y sonríen contigo tus ojos es porque algo callas. Siempre supe que escondías algo.

Porque hay palabras que no dicen nada y miradas que lo dicen todo. Porque cuando crees que no soy como tú, que no vivo en tu lugar y que no ando, te equivocas, sólo que lo hago cuando tú corres. Por eso siempre has estado un paso por delante de mí, y no al revés. O quizá hayan sido más. La meta es la misma, y yo ya estoy a un solo salto de llegar. Ya verás la sorpresa que te llevas cuando llegues y veas que yo ya estaba allí desde hacía mucho tiempo.

Sigue caminando y fingiendo que no ves que vamos juntos. Mañana será otro día. Quizá el día en que hablemos el mismo idioma y no necesitemos absurdos traductores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario