jueves, 2 de septiembre de 2010

Siempre volvemos

Hay decisiones a simple vista triviales que pueden cambiar irremediablemente el curso de la vida. En ocasiones decir puede hacer que el sentido de una existencia quede claro y expreso, propiciando una vida aparentemente racional, mientras que otras veces la obligada renuncia transforma nuestro mundo de un modo increíblemente peligroso, de un modo que nos aterra al tiempo que nos emociona y excita.

Parece sorprendente que el mero hecho de inclinar la balanza por una posibilidad de dos, desechando así el natural equilibrio, pueda dar un giro de 180⁰ a todo lo que nos rodea, se encontrara o no en esa balanza.

Hay algo que he aprendido durante todo este tiempo, y es que existe algo peor que presionar uno de los lados de la balanza, algo que peor que ser testigo de cómo tu vida puede ser la que siempre quisiste o la peor de tus pesadillas: que el miedo no te permita resolver las dudas. Es entonces cuando te pasas las horas pensando en cómo sería todo si hubieras arriesgado, si le hubieras plantado cara a tus problemas y hubieras desafiado a tus miedos, que son y serán siempre tu peor enemigo.

Tener tan cerca lo que quieres y tener que contener la respiración durante horas para poder lograrlo. Miedo a sumergirse. Miedo a no poder salir a la superficie más tarde. ¿A qué tenemos miedo? ¿Por qué moriremos siendo unos malditos cobardes? La solución nunca estuvo en huir. Es más, quien diga que se va no hará sino construir una prisión sin puertas alrededor de sí mismo. ¿De qué sirve huir si la mente nunca abandona el deseo? Y no lo puede abandonar porque forma parte del mismo, porque no podemos controlar el hogar de nuestros pensamientos, igual que no podemos aferrarnos a la vida, igual que no podemos encerrar agua con las manos si separamos los dedos.

Mientras más lejos corramos, más rápido volveremos al lugar de origen. De nada sirve el autoengaño, las palabras fanfarronas, el “soy dueño de mí mismo”, pues no somos libres ni para decidir serlo. Nunca seremos quienes somos en realidad, siempre escogeremos entre los muchos yoes el que mejor se adecue al momento, a la compañía o al lugar. No somos un algo compacto y concreto, tan sólo el resultado de varias piezas superpuestas de diferentes puzles.

A veces nos parece que hemos olvido, pero repito sólo lo parece. En realidad lo único que ha ocurrido es que algo nos ha entretenido en el camino de vuelta, algo ha ralentizado la velocidad a la que nuestra mente regresaba a su constante y usual ubicación. Pero el entretenimiento siempre cesará, y siempre volveremos al punto de partida, por lejano que éste nos parezca.

La locura es perecedera, y ojalá no tuviera que desdecirme en cada entrada de la entrada anterior, pero la vida son fases que se van sucediendo y pisando unas a otras. De pronto un día te despiertas y te das cuenta de que no estás siendo tú, que lo que hacías no tenía sentido. Te acuestas dios y te despiertas hormiga. Y conforme pasa el día decides que prefieres ser una triste y vulgar hormiga, pero ser esa hormiga que siempre fuiste, con sus millones de dudas e ideas que se pisan unas a otras, creando un ser diferente cada día que pasa.

Hay algo que aprendí no hace mucho. El tiempo siempre pasa, y algún día todo llega a su lugar. De nada sirve alejar de la mente aquello que se anhela, renunciar “mentalmente” a los deseos más profundos, pues somos lo que somos, miscelánea de piezas sin sentido ni dirección, sucesión de constantes errores cuyo número aumenta cada minuto que pasa.

Porque que haya dejado hoy de lado la segunda persona no quiere decir que en mi cabeza no se balancee constantemente un tímido , que mientras va dibujando y pretendiendo borrar esbozos de recuerdos, me susurra que el ancla es demasiado pesada, que está demasiado bien clavada.

Volveré, aunque nunca me marché. Este siempre fue mi sitio.

Avísame cuando te hartes de correr y prefieras sólo caminar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario