domingo, 28 de marzo de 2010

Todos tenemos un pasado, algo que tira de nosotros y no nos permite vislumbrar el futuro. A veces en la vida sucede lo que le pasaba al elefante del cuento de Bucay: cuando fue llevado al circo siendo una cría el elefante, después de su actuación, quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Al principio trató insistentemente de liberarse de su atadura, luchando día y noche, hasta que llegó un momento que paró de intentarlo, quizá por pereza, quizá por resignación. Creció y se convirtió en el elefante más grande del circo, quien sin duda alguna habría derribado sin esfuerzo la atadura que coaccionaba su libertad.

Pues bien, tenemos centenares de ataduras como la del elefante, miles de obstáculos que simplemente un día no supimos o no pudimos destruir, y por eso creemos que no seremos capaces ahora.

A mí me pasa constantemente. Tengo miedo de casi cada paso que doy. Y es porque veo más allá del presente. A veces me creo capaz de leer el futuro, ilusa yo, que me piso una y otra vez. Pero no es el futuro lo que veo. El futuro cambia cada día. Hoy es la causa de mañana. Quien eres hoy ha dependido de que fuiste ayer.

Quizá el error que encabeza mi ránking es la cobardía, los y si... : y si yo hiciera, y si yo dijera, y si pudiera. Menos palabra, menos entradas y más acción. No quiero medir mis palabras, como estoy haciendo en este instante. ¿Por qué tengo que engañar a todos, incluso a mí misma?

Ahora es cuando empiezo a vivir, cuando empiezo a darme cuenta de la filosofía que sigue la vida: golpe tras golpe. No te has recuperado de uno cuando viene el siguiente, y luego el otro. Y así hasta el fin. Cada golpe es una enseñanza, una unidad didáctica que te da la vida. Y cómo duelen. Cómo quema recoger los pedazos de tí mismo de las frías aceras de una noche de primavera, cómo duele verte despedazado, incompleto, congelado y desnudo de madrugada, mietras que la vida sigue y piensas que los demás lo hacen mejor que tú. Siempre creemos que somos raros, que sabemos menos que los demás, que él o ella lo haría mucho mejor que lo haces tú.

Nadie dijo que vivir fuera fácil. Pero es reconfortante llegar a casa y ver que tienes un techo, un lápiz y un folio para al menos escribir lo que sientes, dejar constancia de tus recuerdos. Cada cosa que escribo es un desafío que le lanzo al olvido, una piedra que lanzo al mar y veo cómo va cayendo profundamente.

Nunca dejes de soñar, ni pierdas las esperanzas. Mientras haya un rayo de sol será de día, no importa la hora, no importa la lluvia. Aún así, no le temas a la noche. Simplemente tú, único, irrepetible, eterno. Dueño de lo tuyo, testigo de lo de otros. Desde tu trono ves pasar las manos y las miradas de muchos otros. Nunca dejes de creer que esto tiene sentido.

¿Sabes por qué? Porque antes de que ocurran las cosas hay que soñarlas.

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